21 agosto 2010

La felicidad fluye de las acciones diarias. Por Orison Swett M.

La felicidad es el destino del hombre. Todos apetecemos durables goces y placeres.


Si nos preguntaran cuáles son nuestros tres más ardientes anhelos, la mayoría responderíamos: salud, riqueza y felicidad; pero si la pregunta se contrajese al supremo anhelo, la mayor parte lo cifrarían en la felicidad. Verdaderamente todo ser humano anda en perpetua busqueda de la felicidad, pues aun sin darnos cuenta nos asalta este poderoso incentivo. Todos nos esforzamos en mejorar las condiciones de nuestra vida para vivir con algún mayor desahogo, creyendo que esto ha de darnos la felicidad.
 

Poco a poco, procuramos emanciparnos de tareas ingratas y duras; pero aun cuando desde los albores de la historia haya ido la raza humana en busca de la felicidad ¡cuán pocos la poseyeron y cuán menos supieron lo que es!
 

Quien fue en busca de la felicidad no la halló donde la buscaba; pues nadie puede hallarla si va en pos de ella, porque dimana de las acciones y no es producto de caza como las reses acosadas por los ojeadores.
 

Tan sencilla es la verdadera felicidad, que la mayor parte de las gentes no reparan en ella. Es hija de lo más humilde, tranquilo y modesto que en el mundo existe.


La felicidad no mora entre los ruines ideales del egoísmo, ociosidad y discordia. Por el contrario, es amiga de la armonía, de la verdad, belleza, cariño y sencillez. Multitud de hombres alegan riquezas, pero a costa de su impotencia para disfrutarlas.

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