Un hacendado, dueño de un gran campo donde se pierde el horizonte, constantemente tomaba nuevos empleados, ya que las horribles tempestades que allí azotaban por las noches hacían grandes estragos. Un día se presentó un hombre por el anuncio. ¿Es usted un buen labrador? Le preguntó el hacendado. Bueno, yo puedo dormir cuando el viento sopla, le respondió el hombre. Un poco sorprendido por la respuesta, el hacendado empleó al hombre porque necesitaba con urgencia ayuda. El nuevo empleado cumplía todas las tareas, por lo que el hacendado quedó conforme.
Una noche, el viento sopló furiosamente, el hacendado se despertó sobresaltado, saltó de la cama y corrió donde el empleado para que amarrara todo ante la inminente tormenta. El hombre apenas abrió los ojos y le respondió: No señor. Yo ya le dije que puedo dormir cuando el viento sopla. Enfurecido por la respuesta, el hacendado se apresuró a salir y preparar todo para la tempestad, del empleado se encargaría luego.
Ante su asombro, encontró que todas las parvas de heno habían sido cubiertas con lonas firmemente atadas al suelo. Las vacas estaban bien protegidas en el granero, los pollos en el gallinero, y todas las puertas muy bien trabadas. Las ventanas bien cerradas y aseguradas. Todo estaba amarrado. Nada podía ser arrastrado.
El hacendado comprendió lo que le dijo aquel hombre cuando vino por el trabajo. Y retornó a su cama.
Los vientos fuertes soplan en la hacienda de todos nosotros, y desvelan y preocupan a muchos. ¿Quiénes somos en medio de la tormenta? Observemos qué trae. ¿Miedos? ¿Temores? ¿Tristezas? Esto ya es conocido, no es nuevo. ¿Experiencias, oportunidades, nuevas habilidades, descubrimientos, sorpresas, diversión? Esto ya tiene otro color...
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