Reflexión 1159
En un santiamén... de niño ya eres viejo o anciano.
El viejo o anciano... lo visualiza claro. El largo camino inició desde su niñez... a la vista detalla la pancarta alta que dice: FINAL.
No lo cree. Ya el fin del camino vida. Mira hacia atrás... todo lo vivido fue consumido... y hacia adelante le queda muy poco... pero en un autoengaño, consuelo cree le queda mucho.
El cuerpo... lo despierta, sacude. Ya no es el mismo vital, vigoroso, enérgico, lúcido tenía "apenas" ayer.
Se resiste a creerlo... y entusiasta sale a trotar una larga distancia. Apenas a medio camino... se fatiga, los pies, piernas le duelen. Para. A paso lento, de vaina, sigue caminando.
A la casa llega. Agotado. Maltrecho. Arrastrandose. Toma agua. Descansa. Se baña. Al otro día de vaina se para... los dolores musculares, de articulaciones le dan aviso de cuan jóven está.
Se mira al espejo. El rostro surcado de arrugas. La cabeza con cabello canoso, casi calva. Los parpados caídos. Los ojos traslúcidos. El cuello arrugado. La cerviz doblada. Los brazos flácidos. Los pectorales caídos. Las piernas casi en hueso.
Pero el optimismo interno le hace ver al joven de antaño... lleno de vigor, vitalidad, lucidez, energía.
Así... llegando a la meta todo encorvado dentro le acompaña su luz de antaño juvenil.
Valmore Vivas
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