29 agosto 2013

VIVE, olvida para vivir.

La gota en el río SIEMPRE fluye, no se estanca.

La vida nunca para, siempre fluye, quién la para es la mente que se queda en el pasado, en lo que fué y ya no será, en la nostalgia, en la tristeza.

El apego a cosas, a personas, a sentires hace nos estanquemos en el ayer. El ayer nos dió sus vivencias, tristes o alegres, pero vivencias que no volverán más nunca.

El ayer nos deja sabores dulces o amargos, risas o llantos... que nos avivaron, que nos enseñaron... mas uno no debe quedarse pegado en esos ayeres... ya pasaron.

Quién vive de los ayeres, no da paso a los PRESENTES.... que son la vida VIVA.

Todos en esta vida vivimos un trecho de tiempo... corto, medio o largo..., no importa la medida... lo que importa es vivir intenso cada momento... sentirlo. Nosotros damos, igual recibimos. En la vida compartimos con seres un trecho de tiempo... siempre un trecho... sea que uno se va, sea que el otro se va... no importa quien se va primero... lo que importa es cuando compartamos el trecho demos y recibamos. 

Hay tiempos de encuentro, hay tiempos de separación... puesto que nada es eterno.

Toda alegría, toda tristeza PASA... a unos les pasa como cometa fugaz, a otros les queda un poco mas de tiempo... pero nunca permanece nítida... poco a poco se difusa.... desaparece. El tiempo es el viento que aleja al velero del muelle para poco a poco dejarlo de ver, no verlo más.

La vida es para vivirla, sentirla con todo lo que ella nos da... no es para retenerla. La vida nos da la salud acompañada de seres, cosas fugaces. Hasta la misma vida es fugaz, impredecible.

VIVE, olvida para vivir.

Valmore Vivas
AMOR, GRATITUD, ALEGRIA

28 agosto 2013

El terrorismo como política de Estado. Por Atilio Borón


Lo que dicen los papeles de la CIA
El terrorismo como política de Estado

Página 12


Las recientes revelaciones de la CIA, al abrir sus archivos de los últimos 25 años, permiten apreciar en toda su perversidad la íntima conexión existente entre terrorismo e imperialismo.

Muchas lecciones se desprenden de estas revelaciones. En primer lugar, que contrariamente a lo que sostienen ciertas buenas almas "progresistas" el terrorismo no fue un episodio aislado atribuible a personal subalterno que se "excedió" en la aplicación de las órdenes impartidas. Los documentos desclasificados demuestran inapelablemente que fue y sigue siendo una política de Estado del imperio, un instrumento más de un plan criminal diseñado por el gobierno de los Estados Unidos para aniquilar a sus adversarios. Esto exige, como lo ha probado hasta el cansancio Noam Chomsky, manipular a la opinión pública para controlarla por el temor: antes a la Unión Soviética y los "comunistas", después a los "terroristas", mañana vaya uno a saber quién (1). Pero es una política de Estado concebida, planificada, organizada, financiada y ejecutada por la Casa Blanca. Como en la Argentina, tampoco allá hubo "errores o excesos" sino la fría aplicación de un plan criminal.

Se demuestra, en segundo término, que el plan sistemático de exterminio que se aplicó en la Argentina y otros países del Cono Sur –el lúgubre Plan Cóndor– tuvo su origen en Estados Unidos. Allí encontró su fundamentación ideológica, sus protectores, la asistencia financiera necesaria y los recursos humanos y organizacionales requeridos para ejecutarlo. El gobierno de un país que se jacta de ser un supuesto "santuario de todas las libertades" fue quien adiestró a los carniceros que por años asolaron la región, monstruosas criaturas de las sucesivas encarnaciones del Dr. Jekyll que anida con harta frecuencia en la Casa Blanca. Entrenados y aleccionados en la Escuela de las Américas y en las distintas instalaciones del Comando Sur, sus atrocidades fueron estimuladas por sus instructores, cuyos mandantes fueron a su vez los mayores beneficiarios económicos de sus salvajadas.

En tercer lugar, los materiales de la CIA ratifican que a la hora de gestionar los negocios globales del imperio no hay mayores diferencias entre demócratas y republicanos. Sus diferencias, cuando las hay, se restringen a la política doméstica. Ambos partidos expresan los matices del "triángulo de hierro" que controla la vida política, económica y social de los Estados Unidos. Según el distinguido politólogo John Saxe-Fernández, el "triángulo" está constituido así: a) por la Casa Blanca y, especialmente, los departamentos de Defensa, Energía, Tesoro, Estado, la NASA, CIA y los múltiples aparatos de inteligencia ahora integrados en el gigantesco Departamento de Seguridad Nacional; b) las grandes corporaciones, sobre todo vinculadas a la producción para la defensa, la aeroespacial, el petróleo y el gas, incluyendo los grandes laboratorios, instituciones de investigación, las cámaras empresariales y algunos sindicatos; c) los comités clave del Congreso y, especialmente, por los de la Cámara de Representantes y del Senado en Energía y Recursos Naturales, Fuerzas Armadas y los diversos subcomités dedicados a los principales sectores de la vida económica (2). Recordar que la burocracia federal, la clase política y los intereses corporativos se mueven en una especie de "puerta giratoria" que los instalan sucesivamente en las alturas del aparato estatal y, al día siguiente, en el puente de mando de algunas de las más grandes transnacionales norteamericanas. El lubricante que facilita esta perpetua circulación entre los espacios cada vez más indiferenciados de lo público y lo privado son las espléndidas contribuciones que las diversas empresas y lobbies empresariales efectúan para financiar las campañas electorales de los "representantes del pueblo".

Cuarto, los documentos exhiben la permanente vigencia del doble discurso de Washington: defensa de la libertad y la democracia, de labios para afuera, pero apoyo incondicional a cualquier déspota que se preste a servir a los intereses de los Estados Unidos (3). Y si el tirano no existe se lo inventa. La continuidad de este doble discurso es asombrosa y se remonta a los albores mismos de la república norteamericana, cosa que fue percibida con su habitual lucidez por Simón Bolívar cuando dijera que "los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria a nombre de la libertad" (4).

A principios del siglo veinte, cuando consumada la victoria sobre España –que ya había sido derrotada por los patriotas cubanos en su larga guerra de liberación de 1868-1898–, Washington se lanza a la carrera imperial, la doctrina oficial instituida por Theodore Roosevelt en 1902 (presidente de los Estados Unidos entre 1901 y 1909) fue la política del gran garrote: "habla suavemente pero lleva un gran garrote". En 1903 el garrote auspicia, financia y apoya el separatismo de Panamá, entonces parte de Colombia: en pocos días reconoce la independencia de los secesionistas y negocia con el nuevo gobierno un tratado que le daría el control de la zona del canal durante 100 años. En ese mismo año Roosevelt invade y ocupa Cuba y establece la base de Guantánamo. A fines de 1904, en su discurso ante el Congreso de la Unión, enuncia el "Corolario Roosevelt": los Estados Unidos se reservan el derecho de intervenir en cualquier país en la medida en que sus intereses se vean afectados, palabras que resonarían con acordes más lúgubres en el discurso de George W. Bush del 2002 anunciando la "guerra infinita" contra el terrorismo. Menos de dos meses más tarde, en enero de 1905, las tropas norteamericanas invaden la República Dominicana y, en 1906, a Cuba.

Uno de sus sucesores, Woodrow Wilson, el supuesto "idealista", no le fue en zaga en su celo por defender la libertad y la democracia en esta parte del mundo. Invadió México en 1914 para forzar la dimisión de Victoriano Huerta, y una vez más entre 1916 y 1917 con el pretexto de capturar a Pancho Villa; hizo lo propio en Haití, en 1915, y en República Dominicana, donde sus tropas permanecieron ocho años, entre 1916 y 1924 con el objeto de "restablecer el orden", la misma excusa que hoy Bush utiliza para continuar con el saqueo de Irak. Episodios semejantes conmovieron a Centroamérica y el Caribe, la "tercera frontera" de los Estados Unidos, especialmente en Nicaragua, donde las fuerzas norteamericanas permanecieron por décadas hasta eliminar a Sandino e instaurar la dictadura de Anastasio Somoza. "Un hijo de puta –decía de él Franklin D. Roosevelt–, pero 'nuestro' hijo de puta."

Es digno de destacarse el desparpajo con que este doble discurso se instala ya sin tapujos durante los años de Ronald Reagan. La encargada de hacerlo fue su embajadora ante las Naciones Unidas, la politóloga Jeanne Kirkpatrick, una implacable crítica de la política de James Carter en materia de derechos humanos. Sus notas fueron luego reunidas en un libro –Dictadura y doble standards– de amplia repercusión internacional(5). Su argumento central es el siguiente: la política exterior de Carter comete un gigantesco error al abandonar a los amigos de los Estados Unidos y favorecer el accionar de sus enemigos. La política de derechos humanos, aplicada universalmente por la Casa Blanca, ha debilitado la posición de los Estados Unidos en el mundo. (Hay que recordar que precisamente en 1979 fueron derrocados dos gendarmes regionales de los Estados Unidos: el Irán del Sha, tumbado por la revolución islámica, y Somoza, derrocado por la lucha de los sandinistas.) La conclusión: Washington debe distinguir entre los regímenes que violan los derechos humanos para defender las perspectivas de la libertad y la democracia y quienes los atropellan para atacar a Washington. La política de la Casa Blanca debería establecer una clara diferenciación entre ambos procurando en el primer caso suavizar los excesos de los aliados en la seguridad de que ellos también son amantes de la libertad y la democracia (sólo que las circunstancias locales les impiden exteriorizar sus bondades) y aplicar un criterio radical e intransigente con sus irrecuperables enemigos.

LA HIPOCRESIA DEL IMPERIO

De lo anterior se desprende claramente la enorme responsabilidad que le cabe a Estados Unidos en la promoción del terrorismo. Y también la futilidad del "combate contra el terrorismo" lanzado por George W. Bush, algo que carece por completo de credibilidad desde el momento en que quien la convoca es la cabeza del estado terrorista más poderoso del mundo, y el que mayores crímenes ha cometido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy. La extensa obra de Noam Chomsky y tantos otros, documentando esta penosa realidad, nos exime de mayores argumentaciones. ¿Qué grado de seriedad y consistencia puede tener una propuesta como la planteada por la Casa Blanca a la vista de los antecedentes históricos y las realidades contemporáneas de la política exterior norteamericana? ¿Cómo ignorar la decisiva responsabilidad de los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos en la promoción a escala planetaria del terrorismo? ¿No lo legitimó acaso arrojando sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, masacrando en total a unos 204.000 civiles inocentes y desarmados, casi 70 veces el número de víctimas provocado por el 11-S?

Pero esto no es todo. ¿Qué decir de los innumerables asesinatos políticos, preparados y perpetrados en los cinco continentes desde finales de la Segunda Guerra Mundial por la CIA, con el pretexto de "contener la expansión comunista"? ¿Y de los golpes de Estado contra nacientes democracias en la periferia, o de los planes de exterminio de disidentes y opositores, como el Plan Yakarta, que en pocos meses cobró medio millón de vidas en Indonesia a mediados de los años sesenta?(6) ¿O, más cerca de nosotros, las atrocidades sistemáticas fríamente aplicadas por el Plan Cóndor en el Cono Sur, causantes de torturas, desapariciones y muertes de decenas de miles de personas?(7) Un gobierno que inventa figuras monstruosas como Osama bin Laden y Saddam Hussein (este último convertido en un salvaje verdugo de su propio pueblo y de la minoría kurda con el visto bueno de Washington) y que luego se vuelven en su contra; que incurre en gravísimas violaciones a los derechos humanos en las cárceles de Abu Ghraib o en la base naval de Guantánamo; que humilla y ultraja a sus prisioneros musulmanes y ofende sus íntimas creencias religiosas como ni siquiera el propio régimen nazi se atrevió a hacer; que hace gala de su presunta "superioridad" racial y civilizatoria arrasando países enteros como Afganistán e Irak, acabando con sus tesoros culturales y provocando indecibles "daños colaterales" entre la población civil; que envía en vuelos ilegales a supuestos terroristas a países donde la tortura es legal para ser "eficazmente" interrogados por "expertos" estadounidenses; que mantiene hace medio siglo un inmoral y criminal bloqueo integral (económico, comercial, financiero, político e informático) contra Cuba; que con sus más de setecientas bases y misiones militares dispersas por todo el mundo –cifras oficiales del Pentágono– sostiene a punta de bayoneta un "orden mundial" que, según las Naciones Unidas, produce 100.000 muertes diarias –repito, 100.000 muertes diarias– a causa del hambre y de enfermedades curables; que aloja y protege en su territorio a terroristas confesos y juzgados como Orlando Bosch Avila, Luis Posada Carriles –culpables de la voladura en pleno vuelo, frente a las costas de Barbados, de una aeronave de Cubana de Aviación con 73 personas a bordo–, ¿puede un gobierno con este record en materia de derechos humanos ser reconocido como un sincero luchador en contra del terrorismo?

¿Por qué extrañarse, entonces, por la proliferación de réplicas terroristas al terrorismo de Estado propiciado por Washington? El terrorismo del sistema tiene un reverso inevitable: la resistencia de sus víctimas, a veces apelando también ellas al terrorismo. Acabar con este flagelo exige comenzar por desahuciar el doble standard moral instituido por la política exterior norteamericana y vergonzosamente aceptado por sus aliados. Esta hipocresía convertida en sistema sostiene que el terrorismo de Estado orquestado por los ricos y poderosos no es tal sino que se trata de "guerras humanitarias", "lucha contra el terrorismo" o "exportación de democracia", nobles iniciativas encaminadas a construir un mundo en donde florezcan la libertad y la democracia. En realidad, lo que la prensa imperial denuncia como terrorismo es el rostro invisible y oculto del terrorismo oficial, que se practica a diario con total impunidad y ante el silencio de los grandes medios que procuran incesantemente adormecer nuestras conciencias y fabricar un consenso de irremediable resignación agitando el espantajo del terrorismo.

LA PROTECCION AL TERRORISMO EN LOS ESTADOS UNIDOS

Las revelaciones de los papeles de la CIA sobre la forma en que actúan diversos comandos terroristas en los Estados Unidos corroboran que ese país se ha convertido en un importantísimo –si no el principal– santuario de terroristas de todo el mundo. Recientes libros publicados por la periodista e investigadora argentina Stella Calloni (Los años del lobo y Operación Cóndor: pacto criminal) y el historiador cubano José Luis Méndez (Bajo las alas del Cóndor) aportan una evidencia inobjetable sobre la protección que Washington brinda a los diversos grupos de terroristas cubanos radicados en Miami que, por supuesto, deben ser nítidamente diferenciados de la emigración cubana radicada en esa ciudad y que en su abrumadora mayoría nada tiene que ver con los mafiosos.

Como ya se dijo, el Plan Cóndor fue una de sus manifestaciones: un proyecto sistemático de exterminio pergeñado por Richard Helms, cuando era director de la CIA, y su mano derecha David Atlee Phillips, quien fungía como jefe de la División del Hemisferio Occidental. La "mano de obra" para realizar las tareas sucias del plan fue mayoritaria, aunque no exclusivamente reclutada entre la mafia terrorista de Miami. Las operaciones abarcaban un amplio espectro de actividades: desde golpes de Estado hasta sabotajes, campañas periodísticas, extorsiones, asesinatos, atentados dinamiteros llegando inclusive, como en el caso de la Operación Irán-Contras a organizar una red de narcotráfico y contrabando de armas a cargo de dos asesores de muy alto nivel de la Casa Blanca: el teniente coronel Oliver North y Fawn Hall, una operación que, conviene recordarlo, persistió a lo largo de cinco años, y en la cual se involucraron agentes de la CIA, la mafia terrorista cubano-americana de Miami y narcotraficantes de diferentes países(8). La Operación Irán-Contras no fue la única de ese tipo planificada y ejecutada bajo las órdenes directas de uno de los más poderosos asesores del presidente de los Estados Unidos. En otra muestra de su celo por la lucha antiterrorista el propio North, un hombre de fluidos contactos con Jorge Mas Canosa, por entonces presidente de la Fundación Nacional Cubano Americana, se encargó, por ejemplo, de facilitar la fuga del terrorista de origen cubano Luis Posada Carriles de la cárcel venezolana donde estaba recluido por la voladura del avión de Cubana. No está de más recordar que cuando estalló el escándalo por la venta secreta de armas a Irán el presidente Ronald Reagan calificó a Oliver North como "un nuevo héroe americano". No hay palabras que califiquen semejante infamia.

Objeto preferente de atención del terrorismo de Estado promovido por la Casa Blanca con la complicidad de amplios sectores del Congreso, el Poder Judicial y la "prensa libre" de los Estados Unidos ha sido la Revolución Cubana. La larga historia de las operaciones terroristas perpetradas en contra del pueblo cubano cuenta en su apoyo con una documentación tan impresionante como inapelable en la identificación de las fuentes oficiales que promovieron (o, en su defecto, consintieron) la ejecución de las mismas. Su sola enumeración ocuparía un espacio similar al de este suplemento. Iniciada no bien se produjo el triunfo de la Revolución, la campaña terrorista en contra de Cuba no ha tenido un momento de sosiego y prosigue hasta nuestros días. Pero hay dos hitos importantísimos en fechas recientes que hablan con elocuencia de la persistencia de esta política de criminal agresión contra ese pueblo. Uno: la detención y confinamiento, en condiciones absolutamente inhumanas y vejatorias, de los cinco jóvenes cubanos que se infiltraron en las filas de los grupos de terroristas cubano-americanos para recoger información de inteligencia que permitiese desbaratar sus siniestros planes. Al ser descubiertos, el gobierno norteamericano se colocó inequívocamente del lado de los terroristas, procesó a quienes luchaban contra ellos acusándolos de "terroristas" y mediante juicios viciados de insanable nulidad, que son un verdadero escupitajo en el rostro del autoproclamado "imperio del derecho" del que se enorgullece la sociedad norteamericana, los luchadores en contra del terrorismo fueron recluidos en cárceles dispersas por todo el país y privados inclusive de recibir las visitas de sus madres, esposas e hijos, un derecho que no se le quita ni siquiera al más feroz de los criminales a la espera de su ejecución. El ensañamiento con "los cinco", como popularmente se los conoce y admira en el mundo entero, es una prueba irrefutable que demuestra de qué lado se encuentra realmente Washington en la "guerra contra el terrorismo".

Por si lo anterior no fuera suficiente la protección oficial brindada desde las más altas esferas al terrorista confeso y juzgado, y luego escapado de prisión, Luis Posada Carriles, es otro indicio irrebatible que desnuda el "doble discurso" de Washington en su supuesta cruzada antiterrorista y la bajeza moral de una parte de la dirigencia política latinoamericana que consiente tales políticas. Este personaje participó en las principales operaciones terroristas de esa organización en América latina, entre ellas el Plan Cóndor(9). En 1985 se fuga de la cárcel venezolana en donde, desde 1976, estaba cumpliendo su condena (recuérdese que había adoptado la ciudadanía venezolana y que bajo el pseudónimo de Comisario Basilio se incorporó a los servicios de inteligencia venezolanos de la época, participando en múltiples secuestros y torturas, razón por la cual Caracas también solicita su extradición) junto con otro connotado terrorista: Orlando Bosch Avila, por el atentado contra el avión de Cubana(10). Se instala en El Salvador para colaborar activamente con el asesor presidencial de Reagan Oliver North (quien había arreglado todo lo necesario para facilitar su fuga) en la Operación Irán-Contras. Tiempo después, contrata mercenarios que colocan bombas en Cuba en los años 1997 y 1998. A comienzos del 2000 se dirige a Panamá junto con otros malhechores con el objeto de consumar el asesinato de Fidel Castro, invitado a participar en la Xº Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno que se reuniría en ese país el 17 y 18 de noviembre de 2000. Pero no bien el presidente cubano hubo llegado a Panamá convocó a una inesperada conferencia de prensa en donde denunció la conspiración que Posada Carriles y otros tres terroristas habían fraguado para hacer saltar por los aires el Paraninfo de la Universidad de Panamá el día en que Fidel había sido invitado a dialogar con los estudiantes y profesores. La minuciosa denuncia identificaba a los terroristas, sus contactos, sus escondrijos y los explosivos a ser utilizados. Simultáneamente, la policía panameña era informada de todo esto, lo que condujo a la inmediata detención de Posada Carriles y sus cómplices.

Los terroristas fueron sentenciados a una exigua condena por la Justicia panameña. Sin embargo, a mediados del 2004 mientras se sustanciaba un recurso ante la Corte de Apelaciones, Posadas Carriles y sus tres compinches: Gaspar Jiménez, Pedro Remón y Guillermo Novo Sampol, fueron favorecidos por un sorpresivo indulto decretado por la presidenta Mireya Moscoso a pocos días de finalizar su mandato. Sorpresivo para todos, menos para el embajador de los Estados Unidos en Panamá dado que la decisión le fue comunicada con la debida antelación y recibida con singular beneplácito por el representante del imperio. En la actualidad varios funcionarios de su gobierno están sujetos a indagación judicial por irregularidades cometidas en la liberación de los terroristas indultados. La señora Moscoso residió varios años en Miami –acompañando el exilio de su marido, el ex presidente Arnulfo Arias Madrid– y cultivó estrechas relaciones con algunos miembros de la mafia cubano-americana. No extraña que su "gesto humanitario" de indultar a los cuatro gangsters fuese generosamente recompensado por sus "amigos" de Miami: entre otras cosas le obsequiaron un automóvil de lujo Lincoln, modelo Town Crown 2005, valorado en 125.000 dólares.

Con la ayuda de la CIA y la mafia cubano-americana (en realidad ambas organizaciones han llegado a fusionarse a tal punto que en los hechos se convierten en una), Posadas decide regresar de inmediato a su seguro refugio en Miami. Lo hace vía Honduras y México, país desde el cual aborda en Isla Mujeres un barco camaronero, el "Santrina", que lo hace ingresar clandestinamente, pero con protección oficial, a los Estados Unidos a los pocos meses de haber abandonado Panamá. No es ocioso recordar que el "Santrina" es propiedad de uno de los más connotados anticastristas de Florida. La maniobra es detectada por la inteligencia cubana y desde ese mismo momento La Habana comienza a exigirle a Washington que diga dónde está Posada Carriles, cuándo y cómo fue que llegó al país, qué medios utilizó para llegar, quién lo recibió y con qué documentación. La respuesta durante casi un año fue el silencio, pero a mediados del 2005 las reiteradas denuncias de La Habana condujeron a la detención del terrorista. Lo notable del caso es que el gobierno de Estados Unidos no lo acusó por ninguno de los aberrantes crímenes impunes de este prófugo de la justicia internacional, sino por una escandalosa nimiedad: haber entrado ilegalmente al país, cometiendo una "infracción a las leyes migratorias de los Estados Unidos". La farsa pseudoprocesal que luego se montó finalizó ignominiosamente cuando el fiscal levantó todos sus cargos y, para eterno deshonor del sistema judicial estadounidense, el terrorista recuperó plenamente su libertad. Un verdadero escándalo, equivalente al que habría estallado si un país del Tercer Mundo hubiese capturado a Osama bin Laden y el gobierno en cuestión lo hubiera detenido unas pocas semanas acusándolo de haber ingresado ilegalmente al país y, al poco tiempo, retirado todos los cargos concediéndosele asilo, protección y ciudadanía. ¿Cómo hubiera reaccionado Washington?

La conclusión no puede sino ser ésta: la Casa Blanca es hoy por hoy la sede de una tenebrosa organización terrorista de alcance mundial. Sus tentáculos se extienden por los cinco continentes y cuenta con inmensos recursos para financiar sus tropelías: desde detener a "sospechosos" sin prueba alguna y privarlos del derecho a una asistencia legal, como ocurre en Guantánamo y Abu Ghraib hasta proteger a un terrorista probado y confeso como Posada Carriles y a toda la mafia cubano-norteamericana enquistada en Miami que aporta la mano de obra para las tareas más atroces y aberrantes que exige la dominación imperialista. En el medio quedan los secuestros y asesinatos selectivos de opositores: el traslado de prisioneros a países que legalizaron la tortura; el suministro de armas a grupos terroristas; las campañas desestabilizadoras de gobiernos democráticos y populares, cosa que hoy estamos viendo en Venezuela, Bolivia y Ecuador; la organización de golpes de Estado, como el perpetrado en el 2002 en Venezuela y, sin que esta enumeración sea completa, su involucramiento con el negocio de la droga y el tráfico de armas.

Por lo tanto, su proclamada "guerra contra el terrorismo" no es sino la ominosa encarnación del perverso Ministerio de la Verdad –concebido por George Orwell en su novela 1984– y en el cual la mentira, el engaño y el doble discurso eran convenientemente fabricados para manipular a la ciudadanía. Las contrapartes actuales del Ministerio de la Verdad: la Casa Blanca, el Departamento de Estado, el Pentágono o la CIA presentan a la "guerra infinita o preventiva" como la paz; la violación de los derechos humanos y la legalidad internacional como su más enérgica exaltación y el terrorismo de Estado como "guerra contra el terrorismo". Bajo estas condiciones, lo único que se puede predecir a ciencia cierta es que tendremos terrorismo para rato.

Notas

(1) El papel del miedo, como una pasión humana que adecuadamente exacerbada suele favorecer la formación del consenso político, ha sido examinado por Noam Chomsky y Edward S. Herman en Los Guardianes de la Libertad (Barcelona, Crítica, 1990). El tema lo reexamina el lingüista del MIT en su más reciente Hegemonía o Supervivencia. La estrategia imperialista de Estados Unidos (Barcelona, Byblos, 2005).

(2) En su libro Terror e Imperio (México, Arena Abierta, 2006 ), pp. 121-149.

(3) Esto no implica negar que, excepcionalmente, pueda producirse alguna discontinuidad en ese doble discurso. Por ejemplo, la presidencia de James Carter (1977-1981) intentó sinceramente promover una política internacional basada en la defensa de los derechos humanos. Sin embargo, careció del respaldo suficiente en el establishment diplomático de Washington y las clases dominantes del imperio que lo atacaron sin desmayo.

(4) Carta a Patricio Cambpell, 5 de agosto de 1829.

(5) Publicado en Buenos Aires por Editorial Sudamericana, 1982. Antes había dado a conocer un trabajo con ese mismo título en una de las principales revistas del neoconservadurismo norteamericano: Commentary, noviembre de 1979. Al año siguiente publicaría "The Hobbes problem: order, authority and legitimacy in Central America", un informe redactado a solicitud de una de las más reaccionarias "usinas de pensamiento" estadounidense: el American Enterprise Institute.

(6) Quienes piensen que las anteriores aseveraciones son exageradas pueden consultar dos magníficos libros que aportan una evidencia apabullante. Uno, de William Blum, ex funcionario del Departamento de Estado que renunció a su puesto en 1967 al oponerse a la guerra de Vietnam promovida por Lyndon Johnson: Killing hope. US military and CIA interventions since World War II (Monroe: Common Courage Press, 2004). Dos, el de Luis Suárez Salazar: Madre América: un siglo de violencia y dolor, 1898-1998 (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 2005)

(7) Ver el memorando S/S 7621263, del 8 de octubre de 1976, dirigido a Henry Kissinger por Harry Shlaudeman, secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos, titulado "Operación Cóndor". En este documento, al igual que muchos otros, se reconoce formalmente la activa participación del gobierno de Estados Unidos en esta iniciativa y el papel crucial de la dictadura chilena en su coordinación regional. En junio de 1976 Kissinger recibió en su despacho al ministro de Relaciones Exteriores de la Junta Militar argentina, almirante César A. Guzzetti, a quien le dijo: "Si hay cosas que tienen que hacerse, háganlas rápido y regresen lo antes posible a los procedimientos normales". Dicha declaración fue (correctamente) interpretada como una luz verde para aniquilar a quienes resistían, y cuanto antes mejor. La documentación se encuentra en el National Security Archive Electronic Briefing Book Nº 133, en donde se transcriben las 13 páginas de las minutas extraídas de esa conversación.

(8) El reconocimiento oficial de la operación Irán-Contras, y el tráfico de cocaína que ella implicaba, queda certificado en el Informe "Drugs, Law Enforcement and Foreign Policy" del Subcomité sobre Terrorismo, Narcotráfico y Operaciones Internacionales del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de los Estados Unidos (Washington: 1988).

(9) Según el documento del National Security Archive, NSAEBB153/19660600.pdf Posada Carriles se integra formalmente a la CIA en febrero de 1961 y se lo entrena para convertirlo en un experto en demoliciones y, posteriormente, en entrenamiento de fuerzas paramilitares y escuadrones de la muerte. Salvo unos pocos meses, permaneció oficialmente en esa agencia hasta junio de 1976, apenas tres meses antes de la voladura del avión de Cubana.

(10) Cartas del director del FBI Clarence M. Kelly al secretario de Estado Henry Kissinger, fechas 20 de octubre y 5 de noviembre de 1976.

¿Cuándo empezar de nuevo?. PorFacundo Cabral

¿Cuándo empezar de nuevo?

De mi madre aprendí que nunca es tarde, que siempre se puede empezar de nuevo. Ahora mismo le puedes decir basta a los hábitos que te destruyen, a las cosas que te encadenan, a la tarjeta de crédito, a los noticieros que te envenenan desde la mañana, a los que quieren dirigir tu vida por el camino perdido, ahora mismo le puedes decir basta al miedo que heredaste, porque la vida es aquí y ahora mismo.

Que nada te distraiga de ti mismo, debes estar atento porque todavía no gozaste la más grande alegría ni sufriste el más grande dolor. Vive de instante en instante porque eso es la vida.

Me costó 57 años llegar hasta aquí, ¿cómo no gozar, respetar este momento? Se gana y se pierde, se sube y se baja, se nace y se muere. Y si la historia es tan simple, ¿porqué te preocupas tanto? No te sientas aparte y olvidado, todos somos la sal de la Tierra. En la tranquilidad hay salud, como plenitud dentro de uno.

Perdónate, acéptate, reconócete y ámate, recuerda que tienes que vivir contigo mismo por la eternidad, borra el pasado para no repetirlo, para no abandonar como tu padre, para no desanimarte como tu madre, para no tratarte como te trataron ellos, pero no los culpes porque nadie puede enseñar lo que no sabe, perdónalos y te liberarás de esas cadenas.

Si estás atento al presente, el pasado no te distraerá, entonces serás siempre nuevo. Tienes el poder para ser libre en este mismo momento, el poder está siempre en el presente porque toda la vida está en cada instante.

¡Pero no digas "no puedo" ni en broma porque el inconsciente no tiene sentido de humor, lo tomará en serio y te lo recordará cada vez que lo intentes!

Si quieres recuperar la salud abandona la crítica, el resentimiento y la culpa, responsables de nuestras enfermedades. Perdona a todos y perdónate, no hay liberación más grande que el perdón, no hay nada como vivir sin enemigos. Nada peor para la cabeza y por lo tanto para el cuerpo, que el miedo, la culpa, el resentimiento y la crítica que te hace juez (agotadora y vana tarea) y cómplice de lo que te disgusta.

Culpar a los demás es no aceptar la responsabilidad de nuestra vida, es distraerse de ella. El bien y el mal viven dentro de ti, alimenta más al bien para que sea el vencedor cada vez que tengan que enfrentarse. Lo que llamamos problemas son lecciones, por eso nada de lo que nos sucede es en vano.

No te quejes, recuerda que naciste desnudo, entonces esa ropa que llevas ya son ganancia. Cuida el presente porque en él vivirás el resto de tu vida. Libérate de la ansiedad, piensa que lo que debe ser será, y sucederá naturalmente.

Facundo Cabral

26 agosto 2013

El último rostro. De Álvaro Mutis

El último rostro
[Cuento. Texto completo]

Álvaro Mutis

El último rostro es el rostro con el que te recibe la muerte. 
-De un manuscrito anónimo de la Biblioteca 
del Monasterio del Monte Athos, siglo XI.

Las páginas que van a leerse pertenecen a un legajo de manuscritos vendidos en la subasta de un librero de Londres pocos años después de terminada la segunda guerra mundial. Formaron parte estos escritos de los bienes de la familia Nimbourg-Napierski, el último de cuyos miembros murió en Mers-el Kebir combatiendo como oficial de la Francia libre. Los Nimbourg-Napierski llegaron a Inglaterra meses antes de la caída de Francia y llevaron consigo algunos de los más preciados recuerdos de la familia: un sable con mango adornado de rubíes y zafiros, obsequio del mariscal José Poniatowski al coronel de lanceros Miecislaw Napierski, en recuerdo de su heroica conducta en la batalla de Friedland; una serie de bocetos y dibujos de Delacroix comprados al artista por el príncipe de Nimbourg-Boulac, la colección de monedas antiguas del abuelo Nimbourg-Napierski, muerto en Londres pocos días después de emigrar y los manuscritos del diario del coronel Napierski, ya mencionados.

Por un azar llegaron a nuestras manos los papeles del coronel Napierski y al hojearlos en busca de ciertos detalles sobre la batalla de Bailén, que allí se narra, nuestra vista cayó sobre una palabra y una fecha: Santa Marta, diciembre de 1830. Iniciada su lectura, el interés sobre la derrota de Bailén se esfumó bien pronto a medida que nos internábamos en los apretados renglones de letra amplia y clara del coronel de coraceros. Los folios no estaban ordenados y hubo que buscar entre los ocho tomos de legajos aquellos que, por el color de la tinta y ciertos nombres y fechas, indicaban pertenecer a una misma época.

Miecislaw Napierski había viajado a Colombia para ofrecer sus servicios en los ejércitos libertadores. Su esposa, la condesa Adéhaume de Nimbourg-Boulac, había muerto al nacer su segundo hijo y el coronel, como buen polonés, buscó en América tierras en donde la libertad y el sacrificio alentaran sus sueños de aventura truncados con la caída del Imperio. Dejó sus dos hijos al cuidado de la familia de su esposa y embarcó para Cartagena de Indias. En Cuba, en donde tocó la fragata en que viajaba, fue detenido por una oscura delación y encerrado en el fuerte de Santiago. Allí padeció varios años de prisión hasta cuando logró evadirse y escapar a Jamaica. En Kingston embarcó en la fragata inglesa "Shanon" que se dirigía a Cartagena.

Por razones que se verán más adelante, se transcriben únicamente las páginas del Diario que hacen referencia a ciertos hechos relacionados con un hombre y las circunstancias de su muerte, y se omiten todos los comentarios y relatos de Napierski ajenos a este episodio de la historia de Colombia que diluyen y, a menudo, confunden el desarrollo del dramático fin de una vida.

Napierski escribió esta parte de su Diario en español, idioma que dominaba por haberlo aprendido en su estada en España durante la ocupación de los ejércitos napoleónicos. En el tono de ciertos párrafos se nota empero la influencia de los poetas poloneses exiliados en París y de quienes fuera íntimo amigo, en especial de Adam Nickiewiez a quien alojó en su casa.

29 de junio. Hoy conocí al general Bolívar. Era tal mi interés por captar cada una de sus palabras y hasta el menor de sus gestos y tal su poder de comunicación y la intensidad de su pensamiento que, ahora que me siento a fijar en el papel los detalles de la entrevista, me parece haber conocido al Libertador desde hace ya muchos años y servido desde siempre bajo sus órdenes.

La fragata ancló esta mañana frente al fuerte de Pastelillo. Un edecán llegó por nosotros a eso de las diez de la mañana. Desembarcamos el capitán, un agente consular británico de nombre Page y yo. Al llegar a tierra fuimos a un lugar llamado Pie de la Popa por hallarse en las estribaciones del cerro del mismo nombre, en cuya cima se halla una fortaleza que antaño fuera convento de monjas. Bolívar se trasladó allí desde el pueblecito cercano de Turbaco, movido por la ilusión de poder partir en breves días.

Entramos en una amplia casona con patios empedrados llenos de geranios un tanto mustios y gruesos muros que le dan un aspecto de cuartel. Esperamos en una pequeña sala de muebles desiguales y destartalados con las paredes desnudas y manchadas de humedad. Al poco rato entró el señor Ibarra, edecán del Libertador, para decirnos que Su Excelencia estaba terminando de vestirse y nos recibiría en unos momentos. Poco después se entreabrió una puerta que yo había creído clausurada y asomó la cabeza un negro que llevaba en la mano unas prendas de vestir y una manta e hizo a Ibarra señas de que podíamos entrar.

Mi primera impresión fue de sorpresa al encontrarme en una amplia habitación vacía, con alto techo artesonado, un catre de campaña al fondo, contra un rincón, y una mesa de noche llena de libros y papeles. De nuevo las paredes vacías llenas de churretones causados por la humedad. Una ausencia total de muebles y adornos. Únicamente una silla de alto respaldo, desfondada y descolorida, miraba hacia un patio interior sembrado de naranjos en flor, cuyo suave aroma se mezclaba con el de agua de colonia que predominaba en el ambiente. Pensé, por un instante, que seguiríamos hacia otro cuarto y que esta sería la habitación provisional de algún ayudante cuando una voz hueca pero bien timbrada, que denotaba una extrema debilidad física, se oyó tras de la silla hablando en un francés impecable traicionado apenas por un leve «accent du midi».

-Adelante, señores, ya traen algunas sillas. Perdonen lo escaso del mobiliario, pero estamos todos aquí un poco de paso. No puedo levantarme, excúsenme ustedes.

Nos acercamos a saludar al héroe mientras unos soldados, todos con acentuado tipo mulato, colocaban unas sillas frente a la que ocupaba el enfermo. Mientras éste hablaba con el capitán del velero, tuve oportunidad de observar a Bolívar. Sorprende la desproporción entre su breve talla y la enérgica vivacidad de las facciones. En especial los grandes ojos oscuros y húmedos que se destacan bajo el arco pronunciado de las cejas. La tez es de un intenso color moreno, pero a través de la fina camisa de batista, se advierte un suave tono oliváceo que no ha sufrido las inclemencias del sol y el viento de los trópicos. La frente, pronunciada y magnífica, está surcada por multitud de finas arrugas que aparecen y desaparecen a cada instante y dan al rostro una expresión de atónita amargura, confirmada por el diseño delgado y fino de la boca cercada por hondas arrugas. Me recordó el rostro de César en el busto del museo Vaticano. El mentón pronunciado y la nariz fina y aguda, borran un tanto la impresión de melancólica amargura, poniendo un sello de densa energía orientada siempre en toda su intensidad hacia el interlocutor del momento. Sorprenden las manos delgadas, ahusadas, largas, con uñas almendradas y pulcramente pulidas, ajenas por completo a una vida de batallas y esfuerzos sobrehumanos cumplidos en la inclemencia de un clima implacable.

Un gesto del Libertador -olvidaba decir que tal es el título con que honró a Bolívar el Congreso de Colombia y con el cual se le conoce siempre más que por su nombre o sus títulos oficiales- me impresionó sobremanera, como si lo hubiera acompañado toda su vida. Se golpea levemente la frente con la palma de la mano y luego desliza ésta lentamente hasta sostenerse con ella el mentón entre el pulgar y el índice; así permanece largo rato, mirando fijamente a quien le habla. Estaba yo absorto observando todos sus ademanes cuando me hizo una pregunta, interrumpiendo bruscamente una larga explicación del capitán sobre su itinerario hacia Europa.

-Coronel Napierski, me cuentan que usted sirvió bajo las órdenes del mariscal Poniatowski y que combatió con él en el desastre de Leipzig.

-Sí, Excelencia -respondí conturbado al haberme dejado tomar de sorpresa-, tuve el honor de combatir a sus órdenes en el cuerpo de lanceros de la guardia y tuve también el terrible dolor de presenciar su heroica muerte en las aguas del Elster. Yo fui de los pocos que logramos llegar a la otra orilla.

-Tengo una admiración muy grande por Polonia y por su pueblo -me contestó Bolívar-, son los únicos verdaderos patriotas que quedan en Europa. Qué lástima que haya llegado usted tarde. Me hubiera gustado tanto tenerlo en mi Estado Mayor -permaneció un instante en silencio, con la mirada perdida en el quieto follaje de los naranjos-. Conocí al príncipe Poniatowski en el salón de la condesa Potocka, en París. Era un joven arrogante y simpático, pero con ideas políticas un tanto vagas. Tenía debilidad por las maneras y costumbres de los ingleses y a menudo lo ponía en evidencia, olvidando que eran los más acerbos enemigos de la libertad de su patria. Lo recuerdo como una mezcla de hombre valiente hasta la temeridad pero ingenuo hasta el candor. Mezcla peligrosa en los vericuetos que llevan al poder. Murió como un gran soldado. Cuántas veces al cruzar un río (he cruzado muchos en mi vida, coronel) he pensado en él, en su envidiable sangre fría, en su espléndido arrojo. Así se debe morir y no en este peregrinaje vergonzante y penoso por un país que ni me quiere ni piensa que le haya yo servido en cosa que valga la pena.

Un joven general con espesas patillas rojizas, se apresuró respetuosamente a interrumpir al enfermo con voz un tanto quebrada por encontrados sentimientos:

-Un grupo de viles amargados no son toda Colombia, Excelencia. Usted sabe cuánto amor y cuánta gratitud le guardamos los colombianos por lo que ha hecho por nosotros.

-Sí -contestó Bolívar con un aire todavía un tanto absorto-, tal vez tenga razón, Carreño, pero ninguno de esos que menciona estaban a mi salida de Bogotá, ni cuando pasamos por Mariquita.

Se me escapó el sentido de sus palabras, pero noté en los presentes una súbita expresión de vergüenza y molestia casi física. Tornó Bolívar a dirigirse a mí con renovado interés:

-Y ahora que sabe que por acá todo ha terminado, ¿qué piensa usted hacer, coronel?

-Regresar a Europa -respondí- lo más pronto posible. Debo poner orden en los asuntos de mi familia y ver de salvar, así sea en parte, mi escaso patrimonio.

-Tal vez viajemos juntos -me dijo, mirando también al capitán.

Éste explicó al enfermo que por ahora tendría que navegar hasta La Guaira y que, de allí, regresaría a Santa Marta para partir hacia Europa. Indicó que sólo hasta su regreso podría recibir nuevos pasajeros. Esto tomaría dos o tres meses a lo sumo porque en La Guaira esperaba un cargamento que venía del interior de Venezuela. El capitán manifestó que, al volver a Santa Marta, sería para él un honor contarlo como huésped en la "Shanon" y que, desde ahora, iba a disponer lo necesario para proporcionarle las comodidades que exigía su estado de salud.

El Libertador acogió la explicación del marino con un amable gesto de ironía y comentó:

-Ay, capitán, parece que estuviera escrito que yo deba morir entre quienes me arrojan de su lado. No merezco el consuelo del ciego Edipo que pudo abandonar el suelo que lo odiaba.

Permaneció en silencio un largo rato; sólo se escuchaba el silbido trabajoso de su respiración y algún tímido tintineo de un sable o el crujido de alguna de las sillas desvencijadas que ocupábamos. Nadie se atrevió a interrumpir su hondo meditar, evidente en la mirada perdida en el quieto aire del patio. Por fin, el agente consular de Su Majestad británica se puso en pie. Nosotros le imitamos y nos acercamos al enfermo para despedirnos. Salió apenas de su amargo cavilar sin fondo y nos miró como a sombras de un mundo del que se hallaba por completo ausente. Al estrechar mi mano me dijo sin embargo:

-Coronel Napierski, cuando lo desee venga a hacer compañía a este enfermo. Charlaremos un poco de otros días y otras tierras. Creo que a ambos nos hará mucho bien.

Me conmovieron sus palabras. Le respondí:

-No dejaré de hacerlo, Excelencia. Para mí es un placer y una oportunidad muy honrosa y feliz el poder venir a visitarle. El barco demora aquí algunas semanas. No dejaré de aprovechar su invitación.

De repente me sentí envarado y un tanto ceremonioso en medio de este aposento más que pobre y después de la llaneza de buen tono que había usado conmigo el héroe.

Es ya de noche. No corre una brizna de viento. Subo al puente de la fragata en busca de aire fresco. Cruza la sombra nocturna, allá en lo alto, una bandada de aves chillonas cuyo grito se pierde sobre el agua estancada y añeja de la bahía. Allá al fondo, la silueta angulosa y vigilante del fuerte de San Felipe. Hay algo intemporal en todo esto, una extraña atmósfera que me recuerda algo ya conocido no sé dónde ni cuándo. Las murallas y fuertes son una reminiscencia medieval surgiendo entre las ciénagas y lianas del trópico. Muros de Aleppo y San Juan de Acre, kraks del Líbano. Esta solitaria lucha de un guerrero admirable con la muerte que lo cerca en una ronda de amargura y desengaño. ¿Dónde y cuándo viví todo esto?

30 de junio. Ayer envié un grumete para que preguntara cómo seguía el Libertador y si podía visitarle en caso de que se encontrara mejor. Regresó con la noticia de que el enfermo había pasado pésima noche y le había aumentado la fiebre. Personalmente, Bolívar me enviaba decir que, si al día siguiente se sentía mejor, me lo haría saber para que fuera a verlo. En efecto, hoy vinieron a buscarme, a la hora de mayor calor, las dos de la tarde, el general Montilla y un oficial cuyo apellido no entendí claramente. «El Libertador se siente hoy un poco mejor y estaría encantado de gozar un rato de su compañía», explicó Montilla repitiendo evidentemente palabras textuales del enfermo. Siempre se advierte en Bolívar el hombre de mundo detrás del militar y el político. Uno de los encantos de sus maneras es que la banalidad del brillante frecuentador de los sajones del consulado ha cedido el paso a cierta llaneza castrense, casi hogareña, que me recuerdan al mariscal McDonald, duque de Tarento o al conde de Fernán Núñez. A esto habría que agregar un personal acento criollo, mezcla de capricho y fogosidad, que lo han hecho, según es bien conocido, hombre en extremo afortunado con las mujeres.

Me llevaron al patio de los naranjos, en donde le habían colgado una hamaca. Dos noches de fiebre marcaban su paso por un rostro que tenía algo de máscara frigia. Me acerco a saludarlo y con la mano me hace señas de que tome asiento en una silla que me han traído en ese momento. No puede hablar. El edecán Ibarra me explica en voz baja que acaba de sufrir un acceso de tos muy violento y que de nuevo ha perdido mucha sangre. Intento retirarme para no importunar al enfermo y éste se incorpora un poco y me pide con una voz ronca, que me conmueve por todo el sufrimiento que acusa:

-No, no, por favor, coronel, no se vaya usted. En un momento ya estaré bien y podremos conversar un poco. Me hará mucho bien..., se lo ruego..., quédese.

Cerró los ojos. Por el rostro le cruzan vagas sombras. Una expresión de alivio borra las arrugas de la frente. Suaviza las comisuras de los labios. Casi sonríe. Tomé asiento mientras Ibarra se retiraba en silencio. Transcurrido un cuarto de hora pareció despertar de un largo sueño. Se excusó por haberme hecho llamar creyendo que iba a estar en condiciones de conversar un rato. «Hábleme un poco de usted -agregó-, cuál es su impresión de todo esto», y subrayó estas palabras con un gesto de la mano. Le respondí que me era un poco difícil todavía formular un juicio cierto sobre mis impresiones. Le comenté de mi sensación en la noche, frente a la ciudad amurallada, ese intemporal y vago hundirme en algo vivido no sé dónde, ni cuándo. Empezó entonces a hablarme de América, de estas repúblicas nacidas de su espada y de las cuales, sin embargo, allá en su más íntimo ser, se siente a menudo por completo ajeno.

-Aquí se frustra toda empresa humana -comentó-. El desorden vertiginoso del paisaje, los ríos inmensos, el caos de los elementos, la vastedad de las selvas, el clima implacable, trabajan la voluntad y minan las razones profundas, esenciales, para vivir, que heredamos de ustedes. Esas razones nos impulsan todavía, pero en el camino nos perdemos en la hueca retórica y en la sanguinaria violencia que todo lo arrasa. Queda una conciencia de lo que debimos hacer y no hicimos y que sigue trabajando allá adentro, haciéndonos inconformes, astutos, frustrados, ruidosos, inconstantes. Los que hemos enterrado en estos montes lo mejor de nuestras vidas, conocemos demasiado bien los extremos a que conduce esta inconformidad estéril y retorcida. ¿Sabe usted que cuando yo pedí la libertad para los esclavos, las voces clandestinas que conspiraron contra el proyecto e impidieron su cumplimiento fueron las de mis compañeros de lucha, los mismos que se jugaron la vida cruzando a mi lado los Andes para vencer en el Pantano de Vargas, en Boyacá y en Ayacucho; los mismos que habían padecido prisión y miserias sin cuento en las cárceles de Cartagena el Callao y Cádiz de manos de los españoles? ¿Cómo se puede explicar esto si no es por una mezquindad, una pobreza de alma propias de aquellos que no saben quiénes son, ni de dónde son, ni para qué están en la tierra? El que yo haya descubierto en ellos esta condición, el que la haya conocido desde siempre y tratado de modificarla y subsanarla, me ha convertido ahora en un profeta incómodo, en un extranjero molesto. Por esto sobro en Colombia, mi querido coronel, pero un hado extraño dispone que yo muera con un pie en el estribo, indicándome así que tampoco mi lugar, la tumba que me corresponde, está allende el Atlántico.

Hablaba con febril excitación. Me atreví a sugerirle descanso y que tratara de olvidar lo irremediable y propio de toda condición humana. Traje al caso algunos ejemplos harto patentes y dolorosos de la reciente historia de Europa. Se quedó pensativo un momento. Su respiración se regularizó, su mirada perdió la delirante intensidad que me había hecho temer una nueva crisis.

-Da igual, Napierski, da igual, con esto no hay ya nada que hacer -comentó señalando hacia su pecho-; no vamos a detener la labor de la muerte callando lo que nos duele. Más vale dejarlo salir, menos daño ha de hacernos hablándolo con amigos como usted.

Era la primera vez que me trataba con tan amistosa confianza y esto me conmovió, naturalmente. Seguimos conversando. Volví a comentarle de Europa, la desorientación de quienes aún añoraban las glorias del Imperio, la necedad de los gobernantes que intentaban detener con viejas mañas y rutinas de gabinete un proceso irreversible. Le hablé de la tiranía rusa en mi patria, de nuestra frustración de los planes de alzamiento preparados en París. Me escuchaba con interés mientras una vaga sonrisa, un gesto de amable escepticismo, le recorría el rostro.

-Ustedes saldrán de esas crisis, Napierski, siempre han superado esas épocas de oscuridad, ya vendrán para Europa tiempos nuevos de prosperidad y grandeza para todos. Mientras tanto nosotros, aquí en América, nos iremos hundiendo en un caos de estériles guerras civiles, de conspiraciones sórdidas y en ellas se perderán toda la energía, toda la fe, toda la razón necesarias para aprovechar y dar sentido al esfuerzo que nos hizo libres. No tenemos remedio, coronel, así somos, así nacimos...

Nos interrumpió el edecán Ibarra que traía un sobre y lo entregó al enfermo. Reconoció al instante la letra y me explicó sonriente: «Me va a perdonar que lea esta carta ahora, Napierski. La escribe alguien a quien debo la vida y que me sigue siendo fiel con lo mejor de su alma». Me retiré a un rincón para dejarlo en libertad y comenté algunos detalles de mis planes con Ibarra. Cuando Bolívar terminó de leer los dos pliegos, escritos en una letra menuda con grandes mayúsculas semejantes a arabescos, nos llamó a su lado. Estaba muy cambiado, casi dijera que rejuvenecido.

Nos quedamos un largo rato en silencio. Miraba al cielo por entre los naranjos en flor. Suspiró hondamente y me habló con cierto acento de ligereza y hasta de coquetería:

-Esto de morir con el corazón joven tiene sus ventajas, coronel. Contra eso sí no pueden ni la mezquindad de los conspiradores ni el olvido de los próximos ni el capricho de los elementos... ni la ruina del cuerpo. Necesito estar solo un rato. Venga por aquí más a menudo. Usted ya es de los nuestros, coronel, y a pesar de su magnífico castellano a los dos nos sirve practicar un poco el francés que se nos está empolvando.

Me despedí con la satisfacción de ver al enfermo con mejores ánimos. Antes de tornar a la fragata, Ibarra me acompañó a comprar algunas cosas en el centro de la ciudad que tiene algo de Cádiz y mucho de Túnez o Algeciras. Mientras recorríamos las blancas calles en sombra, con casas llenas de balcones y amplios patios a los que invitaba la húmeda frescura de una vegetación espléndida, me contó los amores de Bolívar con una dama ecuatoriana que le había salvado la vida, gracias a su valor y serenidad, cuando se enfrentó, sola, a los conspiradores que iban a asesinar al héroe en sus habitaciones del Palacio de San Carlos en Bogotá. Muchos de ellos eran antiguos compañeros de armas, hechura suya casi todos. Ahora comprendo la amargura de sus palabras esta tarde.

1º de julio. He decidido quedarme en Colombia, por lo menos hasta el regreso de la fragata. Ciertas vagas razones, difíciles de precisar en el papel, me han decidido a permanecer al lado de este hombre que, desde hoy, se encamina derecho hacia la muerte ante la indiferencia, si no el rencor, de quienes todo le deben.

Si mi propósito era alistarme en el ejército de la Gran Colombia y circunstancias adversas me han impedido hacerlo, es natural que preste al menos el simple servicio de mi compañía y devoción a quien organizó y llevó a la victoria, a través de cinco naciones, esas mismas armas. Si bien es cierto que quienes ahora le rodean, cinco o seis personas, le muestran un afecto y lealtad sin límites, ninguno puede darle el consuelo y el alivio que nuestra afinidad de educación y de recuerdos le proporciona. A pesar de la respetuosa distancia de nuestras relaciones, me doy cuenta de que hay ciertos temas que sólo conmigo trata y cuando lo hace es con el placer de quien renueva viejas relaciones de juventud. Lo noto hasta en ciertos giros del idioma francés que le brotan en su charla conmigo y que son los mismos impuestos en los salones del consulado por Barras, Talleyrand y los amigos de Josefina.

El Libertador ha tenido una recaída de la cual, al decir del médico que lo atiende -y sobre cuya preparación tengo cada día mayores dudas-, no volverá a recobrarse. La causa ha sido una noticia que recibió ayer mismo. Estaba en su cuarto, recostado en el catre de campaña en donde descansaba un poco de la silla en donde pasa la mayor parte del tiempo, cuando, tras un breve y agitado murmullo, tocaron a la puerta.

-¿Quién es? -preguntó el enfermo incorporándose.

-Correo de Bogotá, Excelencia -contestó Ibarra. Bolívar trató de ponerse en pie pero volvió a recostarse sacudido por un fuerte golpe de tos. Le alcancé un vaso con agua, tomó de ella algunos sorbos e hizo pasar a su edecán. Ibarra traía el rostro descompuesto a pesar del esfuerzo que hacía por dominarse. Bolívar se le quedó mirando y le preguntó intrigado:

-¿Quién trae el correo?

-El capitán Arrázola, Excelencia -contestó el otro con voz pastosa y débil.

-¿Arrázola? ¿El que fue ayudante de Santander?... Ese viene más a espiar que a traer noticias. En fin... que entre. ¿Pero qué le pasa a usted, Ibarra? -inquirió preocupado al ver que el edecán no se movía.

-Mi general..., Excelencia..., prepárese a recibir una terrible noticia.

Y las lágrimas, a punto de brotarle de los ojos, le obligaron a dar media vuelta y salir. Afuera volvió a hablar con alguien. Se oían carreras y ruidos de gente que se agrupaba alrededor del recién llegado. Bolívar permaneció rígido, mirando hacia la puerta. Entró de nuevo Ibarra seguido por un oficial en uniforme de servicio, con el rostro cruzado por una delgada cicatriz de color oscuro. Su mirada inquieta recorrió la habitación hasta quedarse detenida en el lecho donde le observaban fijamente. Se presentó poniéndose en posición de firmes.

-Capitán Vicente Arrázola, Excelencia.

-Siéntese Arrázola -le invitó Bolívar sin quitarle la vista de encima. Arrázola siguió en pie, rígido-. ¿Qué noticias nos trae de Bogotá? ¿Cómo están las cosas por allá?

-Muy agitadas, Excelencia, y le traigo nuevas que me temo van a herirle en forma que me siento culpable de ser quien tenga que dárselas.

Los ojos inmensamente abiertos de Bolívar se fijaron en el vacío.

-Ya hay pocas cosas que puedan herirme, Arrázola. Serénese y dígame de qué se trata.

El capitán dudó un instante, intentó hablar, se arrepintió y sacando una carta del portafolio con el escudo de Colombia que traía bajo el brazo, se la alcanzó al Libertador. Éste rasgó el sobre y comenzó a leer unos breves renglones que se veían escritos apresuradamente. En este momento entró en punta de pie el general Mantilla, quien se acercó con los ojos irritados y el rostro pálido. Un gemido de bestia herida partió del catre de campaña sobrecogiéndonos a todos. Bolívar saltó del lecho como un felino y tomando por las solapas al oficial le gritó con voz terrible:

-¡Miserables! ¿Quiénes fueron los miserables que hicieron esto? ¿Quiénes? ¡Dígamelo, se lo ordeno, Arrázola! -y sacudía al oficial con una fuerza inusitada- ¿¡Quién pudo cometer tan estúpido crimen!?

Ibarra y Montilla acudieron a separarlo de Arrázola, quien lo miraba espantado y dolorido. De un manotón logró soltarse de los brazos que lo retenían y se fue tambaleando hacia la silla en donde se derrumbó dándonos la espalda. Tras un momento en que no supimos qué hacer, Montilla nos invitó con un gesto a salir del cuarto y dejar solo al Libertador. Al abandonar la habitación me pareció ver que sus hombros bajaban y subían al impulso de un llanto secreto y desolado.

Cuando salí al patio todos los presentes mostraban una profunda congoja. Me acerqué al general Laurencio Silva, con quien he hecho amistad, y le pregunté lo que pasaba. Me informó que habían asesinado en una emboscada al Gran Mariscal de Ayacucho, don Antonio José de Sucre.

-Es el amigo más estimado del Libertador, a quien quería como a un padre. Por su desinterés en los honores y su modestia, tenía algo de santo y de niño que nos hizo respetarlo siempre y que fuera adorado por la tropa- me explicó mientras pasaba su mano por el rostro en un gesto desesperado. Permanecí toda la tarde en el pie de la Popa. Vagué por corredores y patios hasta cuando, entrada ya la noche, me encontré con el general Montilla, quien en compañía de Silva y del capitán Arrázola me buscaban para invitarme a cenar con ellos.

-No nos deje ahora, coronel -me pidió Montilla- ayúdenos a acompañar al Libertador a quien esta noticia le hará más daño que todos los otros dolores de su vida juntos.

Accedí gustoso y nos sentamos en la mesa que habían servido en un comedor que daba al castillo de San Felipe. La sobremesa se alargó sin que nadie se atreviera a importunar al enfermo. Hacia las once, Ibarra entró en el cuarto con una palmatoria y una taza de té. Permaneció allí un rato y cuando salió nos dijo que el Libertador quería que le hiciéramos un rato de compañía. Lo encontramos tendido en el catre, envuelto completamente en una sábana empapada en el sudor de la fiebre, que le había aumentado en forma alarmante. Su rostro tenía de nuevo esa desencajada expresión de máscara funeraria helénica, los ojos abiertos y hundidos desaparecían en las cuencas, y, a la luz de la vela, sólo se veían en su lugar dos grandes huecos que daban a un vacío que se suponía amargo y sin sosiego según era la expresión de la fina boca entreabierta.

Me acerqué y le manifesté mi pesar por la muerte del Gran Mariscal. Sin contestarme, retuvo un instante mi mano en la suya. Nos sentamos alrededor del catre sin saber qué decir ni cómo alejar al enfermo del dolor que le consumía. Con voz honda y cavernosa, que llenó toda la estancia en sombras, preguntó de pronto dirigiéndose a Silva:

-¿Cuántos años tenía Sucre? ¿Usted recuerda?

-Treinta y cinco, Excelencia. Los cumplió en febrero.

-Y su esposa, ¿está en Colombia?

-No, Excelencia. Le esperaba en Quito. Iba a reunirse con ella.

De nuevo quedaron en silencio un buen rato. Ibarra trajo más té y le hizo tomar al enfermo unas cucharadas que le habían recetado para bajar la temperatura. Bolívar se incorporó en el lecho y le pusimos unos cojines para sostenerlo y que estuviera más cómodo. Iniciábamos una de esas vagas conversaciones de quienes buscan alejarse de un determinado asunto, cuando de repente empezó a hablar un poco para sí mismo y a veces dirigiéndose a mí concretamente:

-Es como si la muerte viniera a anunciarme con este golpe su propósito. Un primer golpe de guadaña para probar el filo de la hoja. Le hubiera usted conocido, Napierski. El calor de su mirada un tanto despistada, su avanzar con los hombros un poco caídos y el cuerpo desgonzado, dando siempre la impresión de cruzar un salón tratando de no ser notado. Y ese gesto suyo de frotar con el dedo cordial el mango de su sable. Su voz chillona y las eses silbadas y huidizas que imitaba tan bien Manuelita haciéndole ruborizar. Sus silencios de tímido. Sus respuestas a veces bruscas, cortantes pero siempre claras y francas... Cómo debió tomarlo por sorpresa la muerte. Cómo se preguntaría con el último aliento de vida, la razón, el porqué del crimen... «Usted y yo moriremos viejos, me dijo una vez en Lima, ya no hay quién nos mate después de lo que hemos pasado»... Siempre iluso, siempre generoso, siempre crédulo, siempre dispuesto a reconocer en las gentes las mejores virtudes, las mismas que él sin notarlo ni proponérselo, cultivaba en sí mismo tan hermosamente... Berruecos... Berruecos... Un paso oscuro en la cordillera. Un monte sombrío con los chillidos de los monos siguiéndonos todo el día. Mala gente esa... Siempre dieron qué hacer. Nunca se nos sumaron abiertamente. Los más humillados quizá, los menos beneficiados por la Corona y por ello los más sumisos, los menos fuertes. ¡Qué poco han valido todos los años de batallar, ordenar, sufrir, gobernar, construir, para terminar acosados por los mismos imbéciles de siempre, los astutos políticos con alma de peluquero y trucos de notario que saben matar y seguir sonriendo y adulando. Nadie ha entendido aquí nada. La muerte se llevó a los mejores, todo queda en manos de los más listos, los más sinuosos que ahora derrochan la herencia ganada con tanto dolor y tanta muerte...

Recostó la cabeza en la almohada. La fiebre le hacía temblar levemente. Volvió a mirar a Ibarra.

-No habrá tal viaje a Francia. Aquí nos quedamos aunque no nos quieran.

Una arcada de náuseas lo dobló sobre el catre. Vomitó entre punzadas que casi le hacían perder el sentido. Una mancha de sangre comenzó a extenderse por las sábanas y a gotear pausadamente en el piso. Con la mirada perdida murmuraba delirante: «Berruecos... Berruecos... ¿Por qué a él?... ¿Por qué así?».

Y se desplomó sin sentido. Alguien fue por el médico quien, después de un examen detenido, se limitó a explicarnos que el enfermo se hallaba al final de sus fuerzas y era aventurado predecir la marcha del mal, cuya identidad no podía diagnosticar.

Me quedé hasta las primeras horas de la madrugada cuando regresé a la fragata. He meditado largamente en mi camarote y acabo de comunicar al capitán mi decisión de quedarme en Cartagena y esperar aquí su regresó de Venezuela, que calcula será dentro de dos meses. Mañana hablaré con mi amigo el general Silva para que me ayude a buscar alojamiento en la ciudad. El calor aumenta y de las murallas viene un olor de frutas en descomposición y de húmeda carroña salobre.

FIN


EL ARTE DE NO ENFERMARSE... Por DRAUZIO VARELLA

EL ARTE DE NO ENFERMARSE...

Si no se quiere enfermar...

HABLE DE SUS SENTIMIENTOS

Emociones y sentimientos que se esconden y se reprimen terminan en enfermedades como: gastritis, úlcera, dolores lumbares, dolor en la columna. Con el tiempo, la represión de los sentimientos degenera hasta el cáncer. Entonces, vamos a sincerarnos, hacer confidencias, compartir nuestra intimidad, nuestros "secretos", ¡nuestros errores!... El diálogo, el hablar, la palabra, son poderosos remedios ¡y una excelente terapia!

TOME DECISIONES

La persona indecisa permanece en la duda, en la ansiedad, en la angustia. La indecisión acumula problemas, preocupaciones, agresiones. La historia humana está hecha de decisiones. Para decidir es preciso saber renunciar, saber perder ventajas y valores para ganar otros. Las personas indecisas son víctimas de dolencias nerviosas, gástricas y problemas de la piel.

BUSQUE SOLUCIONES

Las personas negativas no consiguen soluciones y aumentan los problemas. Prefieren lamentarse, murmurar, ser pesimistas. Es mejor encender un fósforo que lamentarse por la oscuridad. Una abeja es pequeña, pero produce lo más dulce que existe. Somos lo que pensamos. El pensamiento negativo genera energía negativa que se transforma en enfermedad.

NO VIVA DE APARIENCIAS

Quien esconde la realidad finge, está en pose, quiere dar siempre la impresión de estar bien, mostrarse perfecto, bonachón, etc... acumula toneladas de peso. Una estatua de bronce con pies de barro. Nada peor para la salud que vivir de apariencias y fachadas. Son personas con mucho barniz y poca raíz. Su destino es la farmacia, el hospital, el dolor.

ACÉPTESE

El rechazo de sí mismo, la ausencia de autoestima, hace que nos volvamos ajenos a nosotros mismos. Ser uno mismo es el núcleo de una vida saludable. Quienes no se aceptan a sí mismos, son envidiosos, celosos, imitadores, competitivos, destructivos. Aceptarse, aceptar ser aceptado y aceptar las críticas es sabiduría, buen sentido y terapia.

CONFÍE

Quien no confía, no se comunica, no se abre, no se relaciona, no crea relaciones estables y profundas, no sabe hacer amistades verdaderas. Sin confianza, no hay relación. La desconfianza es falta de fe en sí mismo, en los otros y en Dios.

NO VIVA SIEMPRE TRISTES

El buen humor, la risa, el reposo, la alegría, recuperan la salud y traen larga vida. La persona alegre tiene el don de alegrar el ambiente donde vive. "El buen humor nos salva de las manos del doctor". La alegría es salud y terapia.

DRAUZIO VARELLA
(Médico Oncólogo y Escritor Brasilero)

24 agosto 2013

Seré curioso. Por Eduardo GALEANO

Seré curioso

¿Con qué derecho los Estados Unidos 
actúan como policías de la droga en el mundo, 
si ese país es el que compra más de la mitad 
de las drogas que se producen en el mundo?

¿Por qué entran y salen de Estados Unidos 
las avionetas de la droga con tan asombrosa
impunidad? 


¿Por qué la tecnología modernísima, 
que puede fotografiar una pulga en el horizonte,
no puede detectar una avioneta 
que pasa ante la ventana?

¿Por qué jamás ha caído, en los Estados Unidos, 
ni un solo pez gordo de la red interna del tráfico, 
aunque sea uno solito de los reyes de la nieve 
que operan dentro de fronteras?

¿Por qué los medios masivos de comunicación 
hablan tanto de la droga 
y tan poco de sus causas? 

¿Por qué se condena al drogadicto 
y no al modo de vida que multiplica la ansiedad,
la angustia, la soledad y el miedo, 
ni a la cultura de consumo 
que induce al consuelo químico?

EDUARDO GALEANO

18 agosto 2013

EL AMOR NO DUERME. De ANTHONY DE MELLO

EL AMOR NO DUERME

"El enamorarse tampoco es amor, sino desear para ti una imagen que te imaginas de una persona. Todo es un sueño, porque esa persona no existe. Por eso, en cuanto conoces la realidad de esa persona, como no coincide con lo que tú te imaginabas, te desenamoras. La esencia de todo enamoramiento son los deseos. Deseos que generan celos y sufrimiento porque, al no estar asentados en la realidad, viven en la inseguridad, en la desconfianza, en el miedo a que todos los sueños se acaben, se vengan abajo.

"El enamoramiento proporciona cierta emoción y exaltación que gusta a las personas con una inseguridad afectiva y que alimentan una sociedad y una cultura que hacen de ello un comercio. Cuando estás enamorado no te atreves a decir toda la verdad por miedo a que el otro se desilusione porque, en el fondo, sabes que el enamoramiento sólo se alimenta de ilusiones e imágenes idealizadas.

"El enamoramiento supone una manipulación de la verdad y de la otra persona para que sienta y desee lo mismo que tú y así poder poseerla como un objeto, sin miedo a que te falle. El enamoramiento no es más que una enfermedad y una droga del que, por su inseguridad, no está capacitado para amar libre y gozosamente.

La gente insegura no desea la felicidad de verdad; porque teme el riesgo de la libertad y, por ello, prefiere la droga de los deseos. Con los deseos vienen el miedo, la ansiedad, las tensiones y..., por descontado, la desilusión y el sufrimiento continuos. Vas de la exaltación al desespero.

"¿Cuánto dura el placer de creer que has conseguido lo que deseabas? El primer sorbo de placer es un encanto, pero va prendido irremediablemente al miedo a perderlo, y cuando se apoderan de ti las dudas, llega la tristeza. La misma alegría y exaltación de cuando llega el amigo, es proporcional al miedo y al dolor de cuando se marcha... o cuando lo esperas y no viene... ¿Vale la pena? Donde hay miedo no hay amor, y podéis estar bien seguros de ello.

"Cuando despertamos de nuestro sueño y vemos la realidad tal cual es, nuestra inseguridad termina y desaparecen los miedos, porque la realidad es y nada la cambia. Entonces puedo decirle al otro: "Como no tengo miedo a perderte, pues no eres un objeto de propiedad de nadie, entonces puedo amarte así como eres, sin deseos, sin apegos ni condiciones, sin egoísmos ni querer poseerte." Y esta forma de amar es un gozo sin límites.

"¿Qué haces cuando escuchas una sinfonía? Escuchas cada nota, te deleitas en ella y la dejas pasar, sin buscar la permanencia de ninguna de ellas, pues en su discurrir está la armonía, siempre renovada y siempre fresca. Pues, en el amor, es igual. En cuanto te agarras a la permanencia destruyes toda la belleza del amor. No hay pareja ni amistad que esté tan segura como la que se mantiene libre. El apego mutuo, el control, las promesas y el deseo, te conducen inexorablemente a los conflictos y al sufrimiento y, de ahí, a corto o largo plazo, a la ruptura. Porque los lazos que se basan en los deseos son muy frágiles. Sólo es eterno lo que se basa en un amor libre. Los deseos te hacen siempre vulnerable.

"Hay dos tipos de deseos o de dependencias: el deseo de cuyo cumplimiento depende mi felicidad y el deseo de cuyo cumplimiento no depende mi felicidad.

"El deseo marca siempre una dependencia. Todos dependemos, en cierto sentido, de alguien (el panadero, el lechero, el agricultor, etc., que son necesarios para nuestra organización). Pero depender de otra persona para tu propia felicidad es, además de nefasto para ti, un peligro, pues estás afirmando algo contrario a la vida y a la realidad.

"Por tanto, el tener una dependencia de otra persona para estar alegre o triste es ir contra la corriente de la realidad, pues la felicidad y la alegría no pueden venirme de fuera, ya que están dentro de mí. Sólo yo puedo actualizar las potencias de amor y felicidad que están dentro de mí y sólo lo que yo consiga expresar, desde esa realidad mía, me puede hacer feliz, pues lo que me venga desde afuera podrá estimularme más o menos, pero es incapaz de darme ni una pizca de felicidad.

"Dentro de mí suena una melodía cuando llega mi amigo, y es mi melodía la que me hace feliz; y cuando mi amigo se va me quedo lleno con su música, y no se agotan las melodías, pues con cada persona suena otra melodía distinta que también me hace feliz y enriquece mi armonía. Puedo tener una melodía o más, que me agraden en particular, pero no me agarro a ellas, sino que me agradan cuando están conmigo y cuando no están, pues no tengo la enfermedad de la nostalgia, sino que estoy tan feliz que no añoro nada. La verdad es que yo no puedo echarte de menos porque estoy lleno de ti. Si te echase de menos sería reconocer que al marcharte te quedaste fuera. ¡Pobre de mí, si cada vez que una persona amada se va, mi orquesta deja de sonar!

"Cuando te quiero, te quiero independiente de mí, y no enamorado de mí, sino enamorado de la vida. No se puede caminar cuando se lleva a alguien agarrado. Se dice que tenemos necesidades emocionales: ser querido, apreciado, pertenecer a otro, que se nos desee. No es verdad. Esto, cuando se siente esa necesidad, es una enfermedad que viene de la inseguridad afectiva.

Tanto la enfermedad, necesidad de sentirme querido, como la medicina que se ansía, el amor recibido, están basados en premisas falsas. Necesidades emocionales para conseguir la felicidad en el exterior, no hay ninguna; puesto que tú eres el amor y la felicidad en ti mismo. Sólo mostrando ese amor y gozándote en él vas a ser realmente feliz, sin agarraderas ni deseos, puesto que tienes en ti todos los elementos para ser feliz.

"La respuesta de amor del exterior agrada y estimula, pero no te da más felicidad de la que tú dispones, pues tú eres toda la felicidad que seas capaz de desarrollar. El Espíritu es la Verdad, la Felicidad y la Realidad, y Él es la Fuente, dispuesta siempre para llenarnos en la medida que, libremente, nos abramos a Él." www.caminohacialafelicidad.com

EXTRACTO DEL LIBRO "AUTOLIBERACIÓN INTERIOR" DE ANTHONY DE MELLO