Un día quería almorzar pescado.
Con un amigo llegué a un comedero.
En su menú había
Rueda de Dorado.
El deseo, las ganas
de degustar pescado
era grande.
Pedimos una Rueda de Dorado
con ensalada, arepa, tajadas.
Sorpresa,
cuando nos trajeron la Rueda de Dorado,
era inmensa, estaba fresca,
estaba dorada del frito,
apenas con gusto de sal.
El primer bocado a la boca,
fue un manjar,
fue suculento.
Todo el comer fue un placer,
cada bocado.
Quedamos satisfechos,
complacidos, llenos.
Al otro día regresamos,
pedimos otra vez Rueda de Dorado.
Exquisita.
Al tercer día volvimos,
pedimos una vez más
Rueda de Dorado.
El gusto, el asombro, la exquisitez,
lo suculento al paladar
ya no era igual.
Al cuarto día,
una vez más fuimos al comedero,
pedí conejo sancochado.
Era necesario variar,
para activar un nuevo placer.
Valmore Vivas
05 enero 2013
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