23 enero 2010

Irak... Un espejo. Un saqueo. Un genocidio a un Pueblo impune.

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23-01-2010
Una periodista iraquí refugiada en España
Vivir entre recuerdos y sueños
Eman A. Khamas
Rebelión
Capítulo del libro "Les guerres d'exili. Les persones refugiades en contextos de guerra", publicado en catalán por la Comissió Catalana d'Ajuda al Refugiat, CEAR. Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos

El 19 de marzo de 2003 llegue muy tarde por la noche a Ginebra, Suiza, para asistir a la 59 sesión del Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas (UNHRC en sus siglas en inglés). Estaba agotada después de varios días de viaje y de espera en los aeropuertos; nunca ha sido fácil para los iraquíes viajar al extranjero. Pocas horas después empezó la invasión anglo-estadounidense de Iraq. Yo era periodista y traductora, y acompañaba a una delegación de mujeres de una ONG (más tarde el cuerpo de una de ellas apareció en un basurero; la otra desapareció). Aquella noche no pude dormir, así que me fui a la sala de la televisión para ver las noticias. En la sala había una pareja joven viendo una película y tuve que esperar unos 40 minutos. Entonces vi los primeros misiles estadounidenses bombardeando Bagdad. Me di cuenta de que después de cada explosión había millones de partículas centelleantes, una visión macabra. Empecé a llorar y corrí a la habitación. Más tarde en uno de los seminarios al margen de esa misma sesión del UNHRC un experto afirmó que esas partículas centelleantes eran ni más ni menos que uranio empobrecido que se había utilizado como munición.

Muchas horas después estuvimos discutiendo si volver a Bagdad inmediatamente o quedarnos para asistir a la sesión y hablar de la catástrofe humanitaria que había estado asolando Iraq durante los 13 años anteriores de sanciones totales impuestas antes y después de la invasión anglo-estadounidense de 1991. Decidimos quedarnos unos días. La delegación oficial iraquí pidió al UNHRC una sesión especial para condenar la invasión. Todavía puedo oír vívidamente el fuerte "NO" que dijo la delegación estadounidense, riéndose sarcásticamente de la petición iraquí que declinó el Comité.

En el viaje de vuelta de Damasco a Bagdad (durante las sanciones no había vuelos directos a Bagdad, tuvimos que volar desde cualquier parte del mundo a Amman o Damasco y de ahí seguir a Bagdad en coche) las fronteras estaban cerradas debido a la invasión, así que tuvimos que pasar clandestinamente por el desierto, lo cual era muy peligroso; de todos modos, en aquellos días no había coches que fueran a Iraq. Finalmente encontramos un viejo autobús lleno de jóvenes entusiastas que querían ir a Iraq a luchar contra la invasión. Durante el viaje a través de ciudades y pueblos sirios muchas personas los saludaban y les daban comida y agua, al tiempo que rezaban por su seguridad. En la frontera tuvimos que dejar el autobús y tomar un coche pequeño que nos llevara a Bagdad. Nos dispararon muchas veces por el camino, vi unos uniformes militares abandonados en uno de los valles, pero milagrosamente llegamos a Bagdad el 4 de abril de 2003 por la mañana. Estábamos conmocionadas. En Bagdad no quedaba nada más que el humo negro, los edificios destruidos y las miradas perdidas de las caras angustiadas.

Aquella noche fui a mi oficina en el periódico y vi al redactor jefe del periódico que hablaba nerviosamente con uno de los técnicos en el pasillo. No sabía de qué problema se trataba pero recuerdo que estaban buscando un lugar seguro para imprimir el siguiente número. El editor jefe me miró y me preguntó: "¿Cómo has llegado, no están cerradas las fronteras?". "Por el desierto", respondí rápidamente y me ofrecí para encontrar un lugar donde imprimir el periódico. Las noches siguientes dormí en una habitación subterránea de un amigo que era un fotógrafo inteligente y con talento, un colega de mi marido en la Academia de Bellas Artes de la Universidad de Bagdad. En realidad su casa era también su estudio. Recuerdo que mantuvimos largas discusiones por las noches. Desde el principio me di cuenta que de si Iraq era ocupado, sería destruido de forma irreversible, al menos en un futuro inmediato. Nuestro amigo era más optimista. Pensaba que eso era una oportunidad de cambio. Años más tarde me di cuenta de que pertenecía a cierto grupo sectario.

La tarde del 8 de abril oí que estaban derribando la estatua de Saddam Hussein. Como vivíamos cerca de la plaza al-Ferdos en la que estaba la estatua, nos apresuramos a ir allí con nuestras cámaras, mi amigo el fotógrafo, mi marido, que es director de cine y yo. Había pocos vecinos, muchos niños y una docena de hombres que llevaban una pancarta con alguna consigna comunista. Debido a mis problemas de corazón no me pude quedar mucho tiempo, tuve que sentarme en el suelo para recuperar el aliento y volver a casa rápidamente. Durante muchos días después de la invasión no pude salir a la terraza de mi habitación (yo vivía en el sexto piso de un edificio en la calle Sadoon): me resultaba imposible ver los tanques estadounidenses en las principales calles de Bagdad. Siempre recuerdo un verso de un poema escrito por un amigo en el que se dirige a un soldado estadounidense: "Quítate las botas cuando caminas sobre mi tierra, es sagrada"

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