Afirmar la vida es decirle sí al fenómeno real de la naturaleza y de la existencia, abandonar el reparo y la costumbre absurda de objetarle cosas.
"No estoy de acuerdo con la naturaleza" parece decir el humano que se siente molesto con las crudas realidades del poder y la muerte.
"Pues nadie te preguntó nada", respondería la vida si pudiera, fruto de una evolución que ha tomado miles de millones de años y que no puede ser alterada por una racionalidad que cree poder imponer sus criterios.
Para Nietzsche el origen del valor es la posición de cada uno frente a la vida.
Y depende del grado de fuerza.
Las morales valiosas son las que afirman la vida, las que la niegan no están a la altura de la existencia.
Niegan la vida las morales que desprecian el cuerpo, que miran a la complejidad de la experiencia humana como si fuera algo defectuoso o enfermo.
Quien tiene fuerza puede decir sí a la vida, puede aceptar incluso sus partes duras, no porque deje de padecerlas sino porque las entiende como parte del todo, de ese todo que afirma y quiere.
Esa fuerza necesaria para afirmar la vida no resulta de la ubicación en una clase social, es la impronta de cada cuerpo, su calidad o diferencia.
Quien es débil no puede aceptar la vida, la niega, querría corregirla.
De allí surge la absurda idea del "hombre nuevo". ¿Nuevo? ¿Qué plan o voluntad alteraría algo desarrollado por la naturaleza a lo largo de tantas eternidades?
Es una pretensión absurda, señala Nietzsche, la de creer que el orden natural puede cambiar por actos de "libre albedrío", como se decía antes.
Decirle si a la vida, afirmarla, es querer la vida y entregarse a ella plenamente aunque vayamos a morir, aunque las cosas dolorosas ocupen un lugar mayor del que querríamos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario